Fue gracias al niño que se dejó inyectar. A finales del siglo XVIII, la viruela, una enfermedad contagiosa y mortal, caracterizada por la aparición de graves lesiones cutáneas, lo cual causaba miles de victimas en Europa y América, y no había forma efectiva de controlarla.
Sin embargo, el naturalista inglés Edgard Jenner (1749-1823) ideó un modo de prevenir su acelerada expansión. Cuenta la leyenda que durante su visita a una granja, conversó con una joven dedicada a ordeñar vacas, quien le dijo: “Yo no voy a enfermarme nunca porque estoy vacunada”. En efecto, muchas personas dedicadas a la ordeña había contraido la llamada viruela vacuna, una forma atenuada al mal que les impedía contagiarse del padecimiento mayor. Con esto Jenner dedujo que inocular a una persona sana con viruela vacuna la volería inmune contra la terrible epidemia. Ahora se trataba de realizar un experimento para comprobarlo.